Tenía pensado escribir sobre esto hace un buen tiempo, sobre estas ideas que venía pensando desde hace años. Y el blog representa el espacio ideal para contar lo que tanto venía pensando. Es más bien una pura casualidad que ponga esto, justo cuando acaba de producirse el catastrófico terremoto + tsunami en Japón. Y también se hizo el gran apagón mundial en defensa de la tierra.
Una de los temas que siempre me interesó poner en discusión fue sobre las políticas y estrategias cuya finalidad es reducir los efectos de la contaminación del medio ambiente. Todos sabemos por conocimiento e información general que el planeta se encuentra sometido a una devastación constante del medio ambiente debido a la explotación de sus recursos y la emisión de abundantes desechos producto de la industrialización y el consumo en el mercado mundial de enormes cantidades de mercancías.
En los últimos 20 años, los movimientos ecologistas advirtieron sobre las consecuencias nefastas que la contaminación ambiental puede tener sobre la especie humana y los demás seres vivos con los que compartimos el planeta. El modo de vida industrializado, con sociedades de consumo masivo en una economía de mercado ha comenzado a mostrar grandes peligros para el futuro del planeta y los seres vivos que lo habitan, incluidos nosotros los humanos.
Por lo general, desde el punto de vista de la ciencia ecológica, se han planteado como causas más evidentes a nuestros ojos, las emisiones de gases que provoca el efecto de invernadero en la atmosfera de la tierra, la acumulación de grandes cantidades de desechos tóxicos vertidos en los suelos y en las masas de agua, derivados de la producción industrial. También tenemos el problema de las basuras producidas por los consumidores, compuesta principalmente por sustancias tóxicas no biodegradables. El uso de las maquinarias que funcionan a base de energía producida por combustible fósil, y los elevados consumos de electricidad, la cual es obtenida mediante fuentes no renovables o caso contrario fuentes renovables que sufren grandes alteraciones para que se conviertan en generadoras de energía.
Para cambiar esto, se han creado varios protocolos para reducir las emisiones y el consumo de sustancias tóxicas. Y por otro lado los principales actores de la producción mundial, las grandes empresas intentan crear nuevas mercancías que supuestamente consumen menos energía, menos recursos, y menores impactos en el medio ambiente. Por otro lado las empresas orientadas hacia los servicios lanzan al mercado productos en los que aseguran un mejor y más eficiente uso de recursos no renovables.
Como les mostré en el anterior post, Japón a diseñado seriamente una estrategia a mediano plazo para eliminar las emisiones de gases en su territorio. Y así podemos enumerar un sinnúmero de ejemplos alrededor del mundo, bajo la misma pauta de protección del medio ambiente. En el otro extremo tenemos a dos potencias económicas como EE. UU. y China, que se rehúsan a comprometerse políticamente a bajar sus emisiones de gases contaminantes, y por ello aparecen como los malos de la película en la escena mundial.
Si graficáramos la producción mundial bajo la figura de una pirámide, en su cúspide tendríamos aquellas actividades relacionadas con servicios no esenciales, segmentados hacia nichos muy específicos del mercado; en la parte media tendríamos a los servicios básicos y la industria liviana y de consumo doméstico; si continuáramos descendiendo tendríamos todo lo relacionado con la industria de productos básicos y pesados abastecedores de las industrias anteriores; y finalmente en la base de la pirámide la producción de materias primas. No quiero hacer una descripción pormenorizada de este esquema, sino facilitar la comprensión de que la producción de bienes y servicios es parte de una totalidad integrada, con mayores o menores desequilibrios y contradicciones y una dependencia de unos y otros sectores de la producción. Pensarlo como un todo armónico sería entregarse al universo ideal y forzar la realidad a ajustarse a ello. De hecho la “armonía” constituye mas bien un interés ideológico, de la misma manera que las nociones de “pureza” y “perfección”.
Toda esta producción mundial es llevada a cabo por una enorme masa de población, gracias al trabajo humano: los trabajadores. Dependiendo de cada país o región del mundo, esa población productora hace uso de mayores o menores cantidades de tecnología para mantener el ritmo de la producción, pero ¿de acuerdo a qué? La respuesta natural y tradicional sería “de acuerdo a la demanda”. Pero, y aquí permítaseme introducir la duda, ¿a cuál demanda?, si pensamos que la tercera parte (+/- 2000 millones de personas) de la población mundial esta sumida en la total pobreza e indigencia (datos de la ONU, 2009). Actualmente tenemos abundancia de productos y productos y productos y productos… muchos de los cuales después se convierten en nuestros desechos contaminantes del planeta. A esta altura del siglo XXI es sabido que el mundo experimenta cíclicamente crisis económicas que sacuden los cimientos de la política mundial y las sociedades, agudizando la pobreza y la conflictividad global. Hoy en 2011 estamos atravesando los “sismos” de una nueva crisis, desatada allá por 2007 nada menos que en el corazón del mundo moderno: los EE.UU. Precisamente el foco de estas crisis cíclicas tienen su causa última en la sobreabundancia de productos o mercancías ante un mercado que “no demanda” esos artilugios. Actualmente los mercados de capitales están “obesos” por la sobreacumulación de capitales, obtenidos de ganancias jugosas en el mercado mundial. Como dije al principio de este párrafo, esa masa de productos o mercancías son producidas por una importante parte de la población. Precisamente, esas enormes ganancias surgen de la explotación de esas masas de población, que se hallan bajo el dominio de las empresas, sean estas pequeñas, medianas, o megacorporaciones, propietarias de las fábricas, agencias de servicios y extractoras de recursos naturales. Por lo tanto, la acumulación de enormes ganancias se hace a costa de la explotación de la masa de trabajadores, productora de bienes y servicios destinados al mercado. Es precisamente esta lógica de acumulación de ganancias lo que impulsa a la producción mundial a lanzar constantemente mercancías al mercado, explotando a miles de millones de trabajadores en el mundo. La voracidad de ganancias es la que guía esa desmesurada producción de mercancías, no por mera ambición humana, sino por una necesidad de superviviencia de quienes viven de las ganancias (que son sólo una minoría de la población mundial, ni siquiera llegan a ser 10 millones de personas en relación a los 6 mil millones que vivimos en este bendito planeta)
Y entonces ¿cuál es la relación de todo esto con la cuestión ambiental? Si seguimos el hilo de la historia reciente del mundo empresarial, una de las herramientas creadas para escaparle a las crisis cíclicas, que traen entre otras consecuencias la caída de la tasa de ganancia, es el marketing. La misión principal del marketing es lograr que las personas consuman nuevas mercancías, inventándoles necesidades fantasmales, cual si fueran espejismos, jugando con los gustos, preferencias y deseos de las personas. Aplicando perversamente las herramientas de la psicología para manipular los deseos y sensaciones, el marketing busca que las personas consuman más allá de sus propias necesidades. Pero además el marketing se encarga de hacer el “lavado de imagen” a las empresas, para que tengan una apariencia ante el público como entidades con interés y compromiso social. Y con ello encubren el interés máximo de toda empresa capitalista, que es obtener ganancias, e invisibilizan la manera de hacerlo, que es explotando a los trabajadores.
Hoy en día, el marketing hace un fuerte trabajo ante el público consumidor, promocionando medidas y actividades que supuestamente contribuyen a proteger el medio ambiente. Pero además nos presentan nuevos productos que dicen consumir menos energía e inclusive reemplazar el consumo de otros en beneficio del medio ambiente. Clásicos ejemplos de ellos son la industria automotriz y la industria electrónica, que presentan autos que consumirán menos combustibles fósiles o los reemplazaran por motores eléctricos. La electrónica y la informática prometen reducir el uso del papel reemplazando a los libros y periódicos por las nuevas “tablets” y libros digitalizados en Internet. Los biocombustibles reemplazarán paulatinamente a las naftas y diesels en el mercado y el litio promete ser la nueva fuente de almacenamiento de electricidad que hará funcionar a los autos del futuro.
Todas estas promesas son como una represa gigante, plagadas de grietas en su murallón de contención principal. El agua que se filtra por una grieta, cuando se la tapona, inmediatamente escapa por otra grieta. Y es que el marketing oculta el hecho de que toda la producción, sea en el sector, rama o segmento al que pertenezca, consume y extrae recursos del planeta y genera desechos por doquier. Reemplazar libros por “tablets” y digitalización en Internet no frena la tala de bosques, sino que incluso las acelera, porque la electricidad demandada crece, haciéndose uso de más petróleo, más carbón y más reactores nucleares. La producción de “tablets” de notebooks, pc´s, de baterías de litio, provoca que se extraigan más minerales del subsuelo que componen sus circuitos, carcasas y baterías, acelerando la enorme contaminación que produce la actividad minera. El reemplazo de autos con motores a combustión por autos eléctricos no resuelve el problema de la contaminación, sino que lo difiere a otros sectores de la producción. El que Japón se proponga ser un país con 0 (cero) emisiones, no resuelve el problema de la contaminación, sino que lo transfiere a otras regiones del mundo en donde se extraen los recursos destinados a la industria japonesa. El litio del auto eléctrico que no contamina en Tokyo, o quizas en París o Frankfurt, es el litio que se extrae desecando los salares del altiplano andino sudamericano, dejando sin agua a las poblaciones de esas regiones y depositando los desechos de esa extracción. Los árboles que no serán talados para hacer papel para libros, serán los árboles arrasados para cultivar más soja y maíz para hacer biocombustibles. Las fábricas que producen, autos, heladeras, celulares, por si solas consumen en un día más del doble de agua dulce que una ciudad en un mes. Sin embargo las restricciones se las imponen a los usuarios comunes y corrientes del servicio de agua potable. Una central eléctrica, sea del tipo de fuente de energía que sea, para hacer funcionar el vapor de las turbinas, consume más agua dulce que las ciudades a las que alimenta. Las lámparas de bajo consumo que tanto se promocionan para reducir el consumo de energía eléctrica, son tan contaminantes como una batería o una pila de reloj cuando se las desecha a la basura. Y ni hablemos de los celulares, los circuitos de pc´s, los repuestos para autos, los muebles de la casa, las toneladas de plásticos que tenemos en casa bajo diversas formas.
Tanta abundancia de productos, son las que generan crisis económicas, y también ambientales, y toda esa abundancia es generada, no para satisfacción del conjunto de la humanidad como pretenden hacernos creer, sino para obtener más ganancias, y más ganancias y mas y mas. Porque el problema del planeta no es el hombre en sí mismo, sino el capitalismo. Su voracidad de ganancias provoca explotación mundial de los trabajadores, con la consiguiente consecuencia del empobrecimiento de gran parte de la población mundial, y provoca la destrucción del medio ambiente. Por eso, como diría el trillado juego de palabras de Bill Clinton, y tan usada para muchos mensajes, ¡Idiota! ¡Es el capitalismo!
Mientras vivamos en una sociedad capitalista, será muy difícil, casi imposible, que se resuelvan los problemas de la destrucción del medio ambiente. Evitar tirar basura en la vía pública, no evitará que alguna empresa en algún lugar del mundo inunde de contaminantes el medio ambiente y explote a miles de trabajadores con tal de lograr ganancias.